
Sólo el
nombre ya impresiona. Fue el que le dieron los romanos a esta región de Alemania. Los bosques eran tan densos que la luz a penas llegaba al suelo, dándole un aspecto oscuro y tenebroso, por eso
decidieron llamarlo LA SELVA NEGRA.
En esta época del año la selva no es tan negra, el otoño ha dado paso a los colores anaranjados y rojizos, regalándonos unos
paisajes realmente bonitos de este Parque Nacional. Este es uno de esos sitios de los que había oído hablar muchísimas veces y que tenía apuntado en mi lista de sitios que tengo que visitar
alguna vez en mi vida. Este viaje sin duda está tachando muchos de esos lugares de mi lista.

El parque se divide en tres partes, norte, centro y sur, tiene una extensión de más de 6000 km2, una auténtica
brutalidad, y durante unos pocos días pudimos disfrutar de un pedacito. Los primeros días los dedicamos a la parte norte, correspondiente a la zona de Baden-Baden. La Selva Negra nos recibe con
lluvia, lo que nos mantiene encerrados un par de días en la furgoneta, a penas pudimos dar una vuelta en los alrededores y visitar el embalse Schwarzenbach.


Pero por fin, al tercer día, TACHAAANN!!!! Nublado…
L, pero al menos no llueve y podemos adentrarnos
en la espesura para hacer nuestra primera ruta. Esta pequeña ruta nos da una idea de la “selva”, frondosa, de árboles altos y cada centímetro del suelo ocupado por diferentes especies de musgos,
hongos y helechos, merece la pena detenerse unos minutos a observar el “microcosmos” que hay a la altura de tus pies.


Para los amantes de las aves también es un pequeño paraíso, pudimos observar nuevamente pito negro, picapinos, infinidad de
arrendajos llevando bellotas a sus despensas de invierno y muchísimos herrerillos, reyezuelos y carboneros, incluso algún camachuelo común. Lo más sorprendente sin duda, fue el mirlo con
albinismo, un pájaro negro, en la selva negra y que tuviera parte de albino, no deja de ser curioso.

Al segundo día (cuarto si contamos los encerrados en la furgo), elegimos las bicis para hacer otra ruta. La Selva Negra es realmente
extensa y si quieres ver algunos rincones sin matarte a caminar todo el día, la bicicleta es una buena manera de conocer el parque.
La ruta en bici fue toda una gozada, bonitos paisajes, todo bien señalizado, pero con una extraña sensación de pedalear sin
esfuerzo, es decir, cuesta abajo. Llegamos a la cascada de Geroldsauer muy contentos, sin saber lo que nos esperaba, y es que todo lo que baja, tiene que subir. Nos quedaba toda la vuelta cuesta
arriba, lo que se convirtió en una odisea empujando la bicicleta en más de la mitad del camino ¡qué ganas de llegar a casa! (la furgo, claro!)



Tras la odisea ciclista decidimos cambiar de zona y visitar el centro del parque, pero antes de seguir con las rutas, necesitábamos
hacer una parada técnica. Llegamos a Seebach, donde hay un pequeño “camping”. El dueño, un señor mayor que nos recibió en pijama y medio dormido desde una ventana, sólo hablaba alemán y dado que
nuestro alemán se reduce a kartoffel (patata) y a danke (gracias) la cosa se complica… no me preguntéis cómo, pero entre kartofens y dankes conseguimos un plaza en el camping y una
lavadora.
Mientras la ropa se secaba al radiante cielo nublado, nos dedicamos a hacer algo de recolección de comida. Para un viaje low-cost,
aprovechar las oportunidades que te brinda la naturaleza es muy importante, así que recogimos castañas y nueces, ambos productos muy caros en el supermercado y gratis en la naturaleza. Algo más
que añadir a nuestra despensa junto a unas manzanitas silvestres que recogimos en Baden-Baden.

Con la ropa seca y los viajeros limpios, nos vamos a Ruhestein, aquí se encuentra una de las casas del parque, con información
turística y un pequeño museo. Queremos conocer la parte más salvaje de la Selva Negra, en la que no exista la explotación maderera y el bosque sea lo más virgen posible. El guía del parque nos
explica una ruta que sale desde allí mismo de sólo 12 kilómetros de recorrido, que como el mismo repetía esta lleno de “old trees” “old trees” (árboles viejos).

La ruta es bastante cómoda y por suerte ha salido el sol, lo malo es que la noche anterior hizo mucho frío y apenas pudimos dormir,
por lo que empezamos tarde la ruta. Se cumplía lo que nos explicó el guía, maravillosas vistas y un bosque lleno de árboles viejos que mueren de forma natural, creando un auténtico bosque con la
mínima interacción humana.

A mitad de ruta llegamos al pequeño lago de origen glacial Wildsee. La verdad que es una pasada, sus aguas oscuras, el otoño y el
día por fin soleado nos ofrecen unas vistas del lago increíbles. Por muchas fotos que cuelgue, hay que estar ahí para poder vivirlo y disfrutarlo. Esta ruta ha sido de las mejores que hemos
podido hacer, con partes de la ruta inmersos en la espesura del bosque que en ocasiones sólo te permite ver a unos pocos metros y en otras con grandes vistas de la Selva Negra.


Desafortunadamente, tenemos que decir adiós a la Selva Negra, sabemos que nos
dejamos muchas cosas por conocer y nos quedamos con ganas de perdernos un poco más por sus senderos, tal vez volvamos. Pero el frío nos obligó a cambiar de ruta y buscar destinos más al sur, la
furgoneta no estaba bien aislada y la temperatura baja mucho en la noche. Ahora, tras el paso por la Selva Negra ya tenemos la furgo más aislada, podéis ver como lo hicimos en nuestro articulo “¿cómo transformamos una furgoneta en una mini-camper?”.

Seguimos en ruta, saludos familia verde!
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