
Dejamos atrás el frío del Atlas y nos vamos acercando al desierto. Ya se ven palmeras, ríos en cañones de color rojizo y gente con turbante.
Seguimos el curso del río Ziz y sus Gargantas hacia el sur, donde el paisaje se transforma en la hammada o desierto de piedra.

Desde el pueblo de Erfoud salimos por una pista aún a medio hacer, a 25 km de nuestro destino y a lo lejos empezamos a ver las dunas de Erg
Chebbi. Aunque éste es realmente un conjunto de dunas pequeño en comparación con la inmensidad del Sahara, nos da un subidón al saber que estamos a punto de
cumplir otro de nuestros sueños: caminar por el Sahara.

Y he aquí el motivo por el que bajamos tan rápido al desierto (sí, 6 días es rápido en nuestro viaje): íbamos a participar como voluntarios anillando aves junto a las dunas. Gracias a Carlos y al Institut Català d’Ornitologia disfrutamos de 12 días colaborando con
el estudio de las aves migratorias que huyen del calor del desierto rumbo a Europa. Anillábamos en una zona que algunos años es una laguna al pie de las dunas, pero que este año está
completamente seca.

Tuvimos la suerte de conocer de cerca especies que nunca habíamos visto como el gorrión
sahariano. Y también tuvimos algunas visitas sorpresa a las redes, como los dromedarios que pastaban en la vegetación de la laguna. Increíble el tamaño de estos animales cuando
los tienes frente a frente!

Junto a nuestra rutina de anillamiento (de 6:30 a 19h) hubo otra escena que se convirtió en
cotidiana: todas las tardes los turistas montados en dromedarios partían hacia el interior de las dunas para ver atardecer, dormir en campamento de haimas, y a la mañana siguiente
volvían a desayunar a la kasba que había junto a la laguna. Algo que probablemente si habéis estado en esta zona, habéis hecho. Esto no entra dentro de nuestro presupuesto ni de nuestros
principios. Creemos que las condiciones en las que se encuentran los dromedarios no son las adecuadas. La mayor parte del
tiempo están atados de pies para evitar que se escapen, lo que seguro conlleva problemas en sus extremidades. Muchos soportan mucho peso cargando turistas y bultos, y si son jóvenes estos
daños se multiplican. Aún así se les explota a diario para sacar dinero a los turistas. Así que sin necesidad de que estos animales estén maltratados y malcuidados, disfrutamos igualmente cada
día de los atardeceres, los colores de las dunas, los frescos amaneceres… Aquí tenéis más información sobre este problema y consejos para ser más responsables en nuestros viajes.


Pero entre pájaro y pájaro, también hicimos otras cosas. Un día nos escapamos a Merzane, un pueblo no muy lejano donde está el Riad de Said, un chico que trabaja en la kasba que hay junto a la laguna donde anillábamos. Nos invitó a comer pizza
bereber hecha por su familia, que consiste en una masa de pan rellena de verduras o carne y horneada todo a la vez. Tradicionalmente se cuece durante unas 2-3 horas enterrada en el suelo y
cubierta por tierra caliente y cenizas, pero nosotros nos tuvimos que conformar con la versión en horno. Allí en el Riad, mientras se hacía la pizza, Fátima, la hermana de Said me hizo unos
bonitos tatuajes de henna en las manos.


Otro día visitamos el oasis de Tisserdmine, con sus palmeras y todo! Estos días fueron
como vivir en los dibujos que hacíamos de pequeños sobre los desiertos, con sus típicas dunas, palmeras, dromedarios… y a pesar de que no tenemos un todoterreno, aventurarnos por las pistas en
medio de la hammada no fue ningún problema para nuestra furgonetita.


Y para seguir acumulando primeras experiencias en la vida, una de las tardes empezó a hacer viento y los camelleros nos dijeron que venía
una tormenta de arena y que recogiéramos todo. Quince minutos después estábamos nosotros y todos los turistas que se disponían a salir esa
tarde hacia las haimas, encerrados en el comedor de la kasba, donde ni las ventanas cerradas impedían que el aire se llenase de polvo y arena. El cielo y el horizonte dejaron de verse y todo se
cubrió de arena fina. La tormenta duró unas 3 horas, después la calma, aunque una calma con mucho que limpiar… Desde nuestro “encierro” inesperado en el comedor de la kasba pensábamos con cierta
preocupación en nuestra furgo, imaginándola sepultándose poco a poco en la arena, o peor aún, la arenilla colándose por las rendijas alcanzando todos los rincones interiores. Obviamente todo
quedó en nuestra imaginación y la furgo acabó más limpia incluso que nosotros. Aunque seguro que a pesar de haber limpiado, la arena continuará saliendo por varios meses.


Aquí os dejamos un video para que «sintáis» el ambiente de ese momento:
Nuestros días en Erg Chebbi llegaban a su fin y aún nos quedaba un sueño pendiente: subir la
duna que veíamos frente a nosotros durante todo el día, todos los días. Así que el último día, aunque hacía algo de viento, nos fuimos junto con Roger (otro anillador voluntario)
duna arriba. Cómo cuesta subir una duna! Probamos de pie, a gatas, descalzos, con zapatillas… y finalmente allí estábamos, disfrutando de la inmensidad de ese paisaje que parecía pintado a mano.
Otro sueño que tachar de la lista.



Nos vamos del desierto muy agradecidos a Said por toda su generosa atención y sus consejos sobre qué visitar y dónde ver animalillos. Si
algún día vais por allí no dudéis en contactarle (riadmarhabamerzane@gmail.com), y alojáos en su Riad Merzane donde podréis disfrutar de pizza bereber, excursiones al desierto, al oasis, a ver aves de la zona, y
hasta si os queréis comprar algo a mejor precio, él os lo consigue.

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