
Ya estábamos a punto de cumplir un mes de viaje por Marruecos, y teniendo en cuenta que hacía ya ocho meses que habíamos dejado atrás el
verano cuando subimos a los Pirineos apenas comenzando nuestra aventura, os podéis imaginar las ganas que teníamos de llegar al mar y al buen tiempo. Lo conseguimos a medias…
Por supuesto que llegamos al mar, de hecho recorrimos unos 200 km de costa, pero si por algo es famosa toda esta zona es porque es ideal
para el surf, y eso significa… viento! Hasta el punto en el que hubo días que teníamos que quedarnos encerrados toda la tarde en la furgo y sin abrir la
puerta, porque entraba arena a mansalva. La atmósfera era color arena, recordándonos aquel día semanas atrás cuando nos sorprendió una tormenta de arena en el
desierto.

Comenzamos nuestra ruta costera en el Parque Nacional Souss-Massa, al sur de la ciudad de Agadir.
En el trayecto desde Marrakech hasta esta zona pudimos ver los “arganiers”, kilómetros y kilómetros de argán (Argania spinosa), ese gran árbol del
que se obtiene tan preciado aceite para uso cosmético y alimenticio. La diferencia entre ambos aceites es que para extraer el de uso alimenticio se tuestan las semillas de argán, quedando el
aceite de un color más oscuro, mientras que el de uso cosmético es en crudo y de un color más claro. Y esto se ve reflejado en el precio, a nada más que 30 euros el litro de aceite alimenticio y
40 euros el de cosmética!


Desde la desembocadura del río Massa tomamos una pista que a orilla de acantilados transcurre por
toda la costa, sin tener muy claro si entrando con nuestra furgoneta llegaríamos a algún sitio o acabaríamos teniendo que desenterrarla de la arena en unos kilómetros. Pero una de las cosas que
hemos aprendido de este viaje por Marruecos es que no es imprescindible un todoterreno para recorrer el país como mucha gente piensa, tanto por el
desierto como por montaña o costa, muchas pistas se pueden transitar tranquilamente con cualquier coche.


Por fín llegó el día de mojarse los pies en el océano atlántico por primera vez y lo hicimos en la playa de
Imourane, aprovechando una parada técnica en camping, cosa que no hacemos muy a menudo para mantener nuestro presupuesto low-cost. Lo que más nos asombró de ésta y las siguientes
playas que veríamos en Marruecos fue su amplitud. Tanto a lo ancho como a lo largo las playas siempre parecen inmensas y mucho más cuando baja la marea y
aumentan su anchura varias decenas de metros más. Será que viniendo de la costa mediterránea española donde las mareas son inapreciables y los espacios sin construir escasísimos, aún es más
fuerte el impacto de estas imágenes.




Seguimos nuestra ruta hacia el norte, hacia la desembocadura del río Asif n’Srou cerca del pueblo de Tamri. Una de las cosas que queríamos hacer en esta parte de Marruecos era ver ibis
eremita. Una especie de ibis sin plumas en la cabeza y cuyas únicas poblaciones naturales sólo se pueden ver en esta zona, aunque en España existe un plan de introducción en la costa
de Barbate. En la desembocadura hay una laguna y pensamos que habría más posibilidad de ver al ibis. Pero ese día tampoco hubo suerte, aunque sí disfrutamos de paseos por playas cubiertas de
guijarros y enmarcadas por pequeños acantilados.


Dormimos a orillas de la playa, y esta es una de las cosas que más nos gustó de viajar por Marruecos en furgoneta. Era muy fácil encontrar sitios espectaculares para aparcar y dormir. Sin problemas burocráticos, simplemente con sentido común y respetando el entorno.

Esa mañana, justo cuando nos disponíamos a desayunar, Pablo ve pasar algo raro volando y me dice -Apaga la cafetera, nos vamos de
excursión-. Como buenos curiosos, sin dudarlo dejamos el desayuno a medias para salir a investigar. Ahí estaban, un grupo de unos 15 ibis eremita había
aterrizado a pocos metros de nuestra furgo. Podrán parecer unos pájaros feos, por no tener plumas en la cabeza ni colores vivos, pero para un apasionado de la naturaleza ver una especie por primera vez siempre es un motivo de alegría, sea cual sea.


Este vídeo lo grabamos desde la furgoneta:


Y no sólo vimos ibis en esta zona, la bajada de la marea nos dejó pasearnos entre rocas que suelen estar cubiertas de agua y descubrir más
vida. Anémonas de varias formas y colores, algas, peces y una curiosa
formación de celdillas de granos de arena que luego nuestros amigos biólogos marinos nos confirmarían que se trataba de tubos formados por poliquetos de
la familia de los Sabeláridos. Que en otras palabras vienen a ser “casitas” de pequeños gusanos marinos, uno en cada agujerito, que para alimentarse filtran el agua de mar sacando una especie de
plumas por cada uno de esos orificios. Más cosas nuevas! No hay nada como viajar para aprender…






Nuestra siguiente parada hacia el norte fue Sidi Kaouki. Maravilloso! Dormir sobre acantilados,
pasear por una playa solitaria, ver cómo el sol se pone en el mar, hacer yoga con únicamente el sonido de fondo de las olas, ver cómo cambia tanto el paisaje entre marea alta y baja, observar las
distintas técnicas de los pescadores para conseguir la comida de cada día, descubrir seres acuáticos que sólo asoman en bajamar, encontrar caracolas enormes y disfrutar de una tarde de lectura.
Éstas son algunas de las cosas que pudimos hacer por Sidi Kaouki y que explican que nos quedáramos allí un par de días más. Quitando a unos pocos pescadores, la
mayor parte del tiempo estábamos solos, pero de vez en cuando pasaba alguien por allí. Como Hervé, un francés que lleva 25 años viviendo por la zona y nos enseñó la casita que se está construyendo poco a poco en una pequeña parcela, donde en un futuro lejano le gustaría montar un café donde tomarse algo disfrutando de
las vistas. Justo después conocimos a una pareja mitad marroquí, mitad francesa, mitad inglesa (y hasta me sobran mitades!) que está restaurando un pequeño y viejo café, el único establecimiento
en esta zona. Nos invitaron a tomarnos un té bajo las estrellas y nos contaron que recientemente habían adquirido ese antiguo café y querían
reacondicionarlo y abrirlo, ya que un sueño que tenía ella, Farah, era precisamente abrir su propia cafetería ahí en una tranquila playa que tanto contrasta con la ajetreada Londres donde vive
gran parte del año.





Cuando ya nos disponíamos a irnos de Sidi Kaouki aparece un pescador únicamente ataviado con un
chubasquero hasta la rodilla y un saco con algo dentro y empieza a hablarme alterado en árabe. Por más que le digo en español, inglés y
francés que no entiendo nada, él sigue. Luego lo intenta con Pablo, quien evidentemente tampoco entiende una sola palabra (Nota mental: aprender a decir “No entiendo” en árabe). A base de señas
creemos entender que quiere que con el coche vayamos unos metros más allá y recojamos su ropa que se ha dejado en una roca. Obviamente se nos escapa algo de información porque no le vemos el
sentido, pero dado que se queda pegado a nosotros insistiendo, vamos. Cuando llegamos con el coche hasta donde está la ropa, él nos ha alcanzado corriendo, nos dice que nos esperemos ahí y va a
buscar sus cosas. Luego nos despedimos, nos vamos nosotros por un lado y él por otro. Y fin de la historia. Concluimos con la hipótesis de que no quería ser visto de lejos y por eso nos usó de
tapadera. Y ya que estamos con las hipótesis probablemente no quería ser visto por hacer algo ilegal. ¿Quizá los percebes que llevaba en el saco? Nunca
lo supimos.

Continuamos nuestra ruta hacia el norte y llegamos a la ciudad de Essaouira, famosa por sus
festivales de música en verano y por su ambiente bohemio y surfero todo el año. Nos sorprende la amplitud y luminosidad de las calles de su medina, tan
diferente a las estrechísimas calles de Fez y Marrakech. Ya al atardecer, en el puerto apenas quedan pescadores intentando vender los restos de la pesca del día, y las gaviotas aprovechan el
festín. Nosotros como siempre aprovechamos para comprarnos verdura en la medina, donde parece que somos los únicos extranjeros que en vez de comprar souvenirs compran tomates y cilantro,
jaja.





Nos alejamos un poco de la ciudad de Essaouira para buscar algún sitio para aparcar y dormir y descubrimos
otro rinconcito de esos en los que nada más verlo sabemos que nos vamos a quedar unos días. Y así fue, un par de noches más, con esa libertad de improvisación que te da viajar en
furgoneta y sin planes. Recorrimos una playa tan inmensa y tan vacía que tuvimos que atar unas cuerdas y botellas de plástico a unas ramas, cual pulgarcitos, para saber por dónde debíamos salir
en busca de nuestra furgoneta más tarde. El viento y olas borraban cualquier huella que dejáramos y en pocas horas el paisaje se transformaba tanto con los cambios de marea, que de no haber dejado señales nos habríamos perdido seguro. En tres días no vimos a nadie, absolutamente solos. Si quieres pasar unos días de tranquilidad en Marruecos
éste es el sitio ideal.


Llegaba la hora de ir haciendo camino hacia el norte para volver a España. Aunque viajamos “sin planes” nuestra cabeza nunca deja de
hacerlos día y noche, y Marruecos había sido especialmente productivo en ese sentido. Empezamos a dar forma a muchas ideas para nuestro proyecto, nuestra web, próximos destinos… Aunque
terminaba la etapa por Marruecos, que duraría un total de 46 días, ya estaba comenzando la siguiente, hacia un
destino mucho más imponente para nosotros y en unas condiciones que retarían más nuestra capacidad viajera. En el próximo artículo os contaremos estas nuevas ideas y reflexiones. Mientras tanto a
subir con la furgo hasta el puerto de Tánger. No subimos por la costa ya que queríamos esquivar grandes ciudades como Casablanca o Rabat y costas llenas de complejos turísticos. En su lugar
tuvimos el acierto de ir por el interior y descubrir las cascadas de Ouzoud y el milenario cedro de Gouraud.
Hasta el último momento Marruecos siguió sorprendiéndonos con sus paisajes. Mucha agua en esta última parte del viaje, por suerte nuestro material va bien protegido en las bolsas estancas.


Foto esférica hecha con nuestro móvil BQ, pincha para verla!!!
A veces toca pasar por carreteras «peculiares» como este puente que crujía a nuestro paso
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